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Divagación 23:41

Entonces llegó un policía barrigón, parecido a otro con el que había divagado antes, a decir algo ininteligible, mas con ese enfado en el rostro qué ganas me iban a entrar de pronunciar disculpe ¿qué dijo? Bah, caminé a la salida. La exposición terminaba con maletas recuperadas de antiguas estaciones y pensé en la increíble desventura y fortuna de quienes fueron los propietarios de éstas. Me vino a la mente la imagen de los afligidos viajeros que nunca encontraron su equipaje, que ni idea hubieran tenido que un común divagador poco más o poco menos de 50 años después del extravío las estaría observando riéndose por la nariz porque fantasear con gritarle a Lupe (quién sabe por qué alguien con ese nombre perdió la valija con la que viajaba hace medio siglo) que la petaca de doña Chana fue a dar al museo le causa gracia.

A un lado de las maletas decía: «Algo nuestro dejamos para siempre en la vieja estación cuando partimos: cierto canto, el rostro de lo amado, el persistente errar que es despedirse, y sobre todo el tiempo, la edad que el hábito redondo del reloj anuncia se ha marchado. Sólo el viaje, con la métrica exacta del durmiente y el deseo de abrazarse de las vías —que en un punto improbable del paisaje se reunen— invita a continuar en el camino. Pero la estación, con sus rasgos de limbo y purgatorio, se guarda de opinar sobre el destino». Eduardo Vázquez Martín escribió eso, ¿para qué? Quizá ni él lo sabe. Lo que sentí, con las palabras del señor y las petacas dejándome estafermo, fue la poesía que encontré en SLP.

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