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Mostrando las entradas de noviembre, 2014

Mirrors

Parece que la lluvia ha cesado. No me he tomado la molestia ni de buscar un refugio durante la tormenta, pero veo que otros lo han hecho: corriendo a esconderse, con miedo a que su ropa se moje y terminen con algún resfriado. Me levanto lentamente y empapado de la banqueta a seguir la calle por donde caminaba antes de que la naturaleza comenzara su espectáculo. Sin lugar a duda, no me perdería una de sus funciones. Y menos mal que ha dejado un poco de vapor por su camino; ha sido la cereza del pastel.

Divagación 19:58

Formas mexicanas de morir «buenas o malas» Volar un papalote, cruzar la calle y ser atropellado: Buena. Tragar el mega tazo que te faltaba que venía en las papas: Mala. Ataque al corazón por ganar la lotería: Mala. Por perderla, otra vez: Mala. Achicharrado en tu casa porque los frijoles iniciaron el incendio: Mala. Viendo un video en Youtube, en vez de hacer tarea: Buena, quizá. Esperando las palomitas a dos centímetros del microondas: Buena. En un baño portátil devorando ocho pizzas y dieciséis Dorilocos: Buena.  Intoxicado por los gases emitidos  por el sujeto anterior: Mala. Caer a una coladera sin tapar por ir de prisa a un examen: Mala.  Electrocutado por el árbol de Navidad: Buena.  Agradecimientos especiales a Vania por la colaboración en esta entrada. Inspirada en Un beso a la catrina  

Vigésima tercera entrada

Tarde de estrellas Llego agotada por el calor horrible. Me trago la sopa que quema, pero llevo prisa. Armario abierto de golpe, le arranco el vestido de flores, los zapatos que combinan. O sólo uno. ¡Mierda! Maldito desastre que soy, desastre que llega tarde. Ah, debajo de la cama. Chamarra, bolsa, sonrisa que sirva de excusa. Me voy. Carretera, atajo, casa.

Divagación 10:58

Daño mental. Cereza. La cereza sentía el frío de invierno. Pero era el mes que le sigue a septiembre. Vestía el gorro gris de lana, las orejeras que imitaban a unas de conejo, la bufanda con jirafas bailando tejidas a mano y los guantes que combinaban con el color de su piel. La desdichada también traía encima una chamarra, que si fuera 1950, la pequeña fruta se podría hacer pasar por una marinera, y un pantalón verde pasto. Los pies desnudos afligían a la cereza. ¿Dónde carajo había dejado las calcetas y las botas?