Las gotas restantes de la llovizna de anoche se perseguían por la ventana. La alarma comenzaba su son, como todas las mañanas, aunque esta vez no había nadie para escucharla. Mis padres terminaron por desesperarse de la alarma e irrumpieron en mi cuarto con cierta molestia, que inmediatamente fue retirada de sus mentes al encontrar la ausencia de mi cuerpo en la cama. Buscaron por toda la casa y alrededor, llamaron a primos, tíos y amigos con esperanza de poder encontrarme. Sin resultados. Nadie sabía dónde pude haber ido.
Somos quienes escriben cuando no nos ven.