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Vigésima novena entrada

Ni era tan tarde, ni tenía sueño. Abrí la ventana despacio. Ya sabes, por eso de que rechina como si hicieras fricción con un cuchillo y un tenedor. Además están los 10 años de antigüedad, pero, según recuerdo, desde siempre han sido así. Primero me senté en el borde. Aún no era suficiente. Iba a hacerlo. Me volteé y bajé, quedando colgado, y con la punta del pie izquierdo pisé ese especie de techo que está sobre la pecera vacía, los renos que colocamos en el patio delantero en Navidad y la parrilla. Avancé en cuclillas por temor a ser visto hasta recostarme.

Varios grillos cantaban. La temperatura era deliciosa. Las nubes se apartaron dejando a la vista un pequeño punto luminoso. Titilaba, eso sí. No le despegué la vista hasta que creí percibir que giraba sobre sí mismo. Luego pensé en Plutón. Y en todo lo que se me ocurrió que no podía ver: otro punto luminoso, alguna forma en las escasas nubes que seguían flotando cerca, mis pies dentro de mis calcetines dentro de mis zapatos, sus ojos.

Había empezado a escuchar Lotus Plaza justo antes de salir. Deseé que el volumen estuviera más alto.  

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