Recupera el aliento y, con la vista hacia abajo, ve caer la primera gota. Luego otra, luego otra. «Qué gracioso», piensa él y comienza a carcajearse. Prepara el metacarpo de su mano izquierda y lo pasa rozando sus labios ensangrentados.
La carcajada se escucha hasta la banca donde descansaba, llama mi atención y también carcajeo.
Él ríe orgulloso y yo de su inocencia y torpeza.
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