La luna nos sonríe aún más brillante que la primera vez que salimos a encontrarla.
Caminamos lentamente hasta la parte más alta y nos situamos ahí.
Ambos la observamos, embelesados con su hermoso baile.
Llevas tus manos detrás de tu espalda para inclinarte ligeramente y de la nada sueltas una pequeña risa.
Me giro para observarte, justo en el momento en el que haces lo mismo.
Y sueltas una sonora carcajada.
—Tenías razón
Sé que puedes ver la duda en mi rostro y vuelves a reír.
—Habías dicho que la luna a estas horas suelta invisibles gotas de magia. Ahora lo puedo comprobar.
Regreso mi vista a la luna y ahora quien sonríe brillantemente soy yo.
Porque sé que sólo realizas ese movimiento cuando algo te atrapa completamente.
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